Neo Carmona
Desde 1930 hasta 1961, el dictador Rafael Leónidas
Trujillo Molina se impuso como “el dueño” absoluto de la República
Dominicana. Más de 31 años de una de las tiranías más sangrientas y represivas
de toda América Latina, y la más atroz en la historia del país, acabarían la
noche del 30 de mayo en la autopista por la que el sátrapa se dirigía
hacia su natal San Cristóbal. El que hasta ese día fuera “El Jefe”, solo
comparable con Dios en el imaginario del pueblo, era emboscado y acribillado a
las 9:45 de la noche.
Amén de quienes puedan cuestionar el sentido
patriótico de algunos de los conjurados por los vínculos que
tenían con el tirano, así como las motivaciones personales que se
atribuyen respecto de algunos, la Gesta del 30 de mayo del 1961 germinó, sin
dudas, las semillas de la democracia y la libertad dominicanas; abrió a la
historia concreta una nueva República.
El ajusticiamiento, junto a los importantes
sucesos sociales que le siguieron, vistos, tanto individualmente como en
conjunto, y estrechamente relacionados entre sí, en términos de la
configuración, impacto, significación política y social para
la nación, son los más determinantes de la historia contemporánea. Y,
tal vez o sin tal vez, los de mayor influencia específica en
la definición de la personalidad del dominicano, en el
recorrido de nuestra cuarta República.
Estamos hablando, en efecto, primero, del
fin de una dictadura que controlaba, en todos los sentidos, el país
completo. Y, como no podía ser de otra manera, muerto Trujillo, también de la
resistencia de su familia y el grupo de sus principales esbirros,
con su hijo Ramfis a la cabeza, es decir de
todos los remanentes militares, intelectuales y políticos de la
tiranía, a dejar el poderío que habían acumulado durante tantos años; a aceptar
que habían perdido el control del país del que se
consideraban dueños.
La fuerza de un pueblo movilizado contra estos
remanentes del trujillismo conquista incluso la autonomía de la
Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) y la legislación más avanzada
hasta el presente de la educación superior, la ley 5778 de autonomía,
fuero y 5% del presupuesto nacional para la academia. Además, se producen
las primeras elecciones libres celebradas en el país luego de 30 años de
oscurantismo democrático y se inicia el gobierno encabezado por el
profesor Juan Bosch. Pero el sueño de un estado de derecho y libertades es
truncado de inmediato por el golpe de estado y el Triunvirato en 1963. Fue
derrotada la nueva Constitución y la democracia recién
inaugurada, con tan solo siete meses en el poder. Se imponía nuevamente la
oligarquía conservadora, la iglesia católica y sectores empresariales
poderosos.
El gobierno de facto se encontró inmediatamente con
la oposición de la mayoría de la población. La respuesta se simboliza
y expresa en la figura y el ejemplo de Manuel
Aurelio Tavarez Justo, que pleno de heroísmo toma el camino
del levantamiento armado contra el Triunvirato, marcando la historia
de tal manera que las luchas del pueblo conducen a la insurrección armada de
1965, a la que sobrevendría la intervención militar imperialista de los Estados
Unidos. Los Constitucionalistas pedían la vuelta a la Constitución del 63
y el retorno de Bosch al poder.
La Universidad Autónoma de Santo Domingo,
que también había comenzado a construir su destino democrático, encuentra
en la insurrección popular armada de 1965 la oportunidad histórica
de cristalizar sus anhelos de cambios y sepultar
definitivamente la sumisión a la que estuvo doblegada durante tantos años
por el trujillismo. Surgía entonces el Glorioso Movimiento Renovador
Universitario que, en 1966, arrebataría la Universidad a los esbirros
del trujillato y convertirían una academia de élite, de gente de
apellido y con dinero, en una institución abierta, plural, democrática, participativa,
inclusiva, del pueblo, para el pueblo y al servicio de los mejores intereses de
la nación dominicana; siendo su voz, su conciencia y su ejemplo.
Había nacido una nueva Universidad Autónoma de
Santo Domingo, rebelde y contestataria; hija legítima de la Guerra Patria de
Abril del 1965. Y la que desde entonces no solo formaría a los hijos e hijas de
este pueblo dominicano trabajador, sino que le acompañaría siempre en la
defensa de la democracia, la libertad y su soberanía.
Estos valores adquiridos por la Universidad Primada
de América configuraron su carácter para imponerse victoriosa a todos sus
enemigos, ganar el reconocimiento pleno de su rol y compromiso sociales, así
como de su misión educativa, convirtiéndola en el principal motor del
desarrollo nacional y de la consolidación democrática dominicana.
Llegados a este punto, vemos que lo que está en
juego en las elecciones del 15 de junio próximo de nuestra academia, es nada
más y nada menos que la propia existencia de la UASD, tal y como la conocemos,
como nos legó la Guerra Patria de Abril y el Glorioso Movimiento Renovador. Por
lo que no podemos, bajo ningún concepto, negar la vocación académica de la
UASD y entregar sus destinos a intereses mercantiles y usureros, a personas de
comportamiento y formación cuestionados y que, por demás, son testaferros de
poderes oscuros y representantes de los peores intereses del país.
La academia debe ser preservada para que siga
siendo fuente de la luz y guía de la patria. Para continuar formando
profesionales críticos y reflexivos, generadores de conocimientos e
innovadores. Y la mejor forma de garantizar el futuro de nuestra UASD, es
eligiendo como su rector al Doctor Jorge Asjana David, un auténtico
académico, un profesional del prestigio y sin manchas, con el perfil y el
equipo que necesita una universidad del siglo 21, obligada a seguir siendo el
patrimonio cultural, educativo y social más importante de la
República Dominicana.
El autor es servidor universitario